Llegan las mareas de la mente como huracanes imperceptibles.
Como ladrones blancos que de todo se apoderan,
guardando en sus bolsillos cuanto esté "disponible":
a su alcance.
Es tan diminuta la línea divisoria. Tan pequeño el espacio
de resistencia. . . Basta un solo descuido, para perder el control.
Para caer al abismo, sin siquiera saber que estamos cayendo.
No hay tregua. Nunca la habrá. Es una lucha constante.
Segundo tras segundo. La demanda inacabable de un estado de alerta.
La única forma de ser libre: el caminar eternamente sobre la cuerda floja mientras hacemos malabares . . . Muchas veces perderemos los objetos de las manos.
Pero debemos procurar, nunca perder el camino.