
Una rutina
que,
a veces,
apaga los
despertares.
Y una lucha
constante
por desemembrarla,
por derrumbarla.
Por quebrarla
desde dentro,
quitándole la forma.
Por dejar entrar
el sol,
a través de las grietas
provocadas
por puñaladas
de vida,
que laten internamente,
procurando romper
la sólida cárcel.
Grietas
que hacen el intento
de no dejar
que el sueño
venza;
y se haga costumbre.
De no dejar
que la muerte
vaya paseando
los rededores,
vistiendo los ahoras
de estancamiento.
Opacando los colores
y llevándose consigo
el fresco
aroma
de brillantes
novedades.