Caspar David Friedrich, Monje en la orilla (1810)
La muerte
es un hada
con alas
de seda negra.
Con pasos
de estelas
brillantes,
en variantes
de oscuros
resplandecientes.
Tiene un sonar
característico
en su andar
silencioso.
Una música
última
y exquisita.
Inconfundible.
Tiene un aroma
que la destaca
entre todas las
flores
que la engalanan.
Y su presencia
estremece cada poro,
entrando triunfalmente
desde adentro
hacia afuera.
Allí pasa
la muerte,
una vez más.
Entera, rotunda,
e inacabable.
Con su semilla
de nácar
que no germina.
Que tan solo
sepulta
el brillo y la
osamenta.
Con su vibrar
temible
y romántico,
abriendo los umbrales
y los puentes.
Cruzando los muros
infranqueables.
Allí pasa,
otra vez
y está
tan VIVA.