
Una vela
que une
los mundos.
La luna,
la tierra.
Sentada
en un silencio
de plata,
abro la puerta;
cierro los ojos.
Se hacen visibles
los lazos.
Las magias.
Las atenciones.
Y todo comulga
un encuentro
ubicuo.
Una vibración
conjunta
desde espacios
distintos.
Allí está:
latiendo,
vibrando.
Es la ventana,
la mirilla,
el ojo
de la existencia.
Un hacer
paralelo
y constante,
que sigue
su rumbo.
Que une
las manos.
Mientras el mundo
pareciera
serle indiferente.