
En la quietud
el árbol
encierra
el silencio.
Alimenta su
fortaleza.
Y,
aún así,
previsor:
se deja mover
por un viento
ausente.
El árbol
nunca sale
de si mismo.
/jamás centra
su atención
en un objeto/.
Por eso
siempre
conserva su
entereza.
Contemplar
nuestro templo
interno
nos vuelve
ubicuos.
Y ser
conscientes
de nuestra
ubicuidad
es algo
así
como entender
lo eterno.